lunes, 11 de abril de 2011

Vivir el desorden.

¿Macbeth de Shakespeare?
¿Cómo y de qué manera los textos "clásicos" pueden significarse en nuestro devenir cotidiano?
¿Cómo presentar la violencia en un país acostumbrado a la sangre?
--------> éstas preguntas marcaron el fin de la charla de hoy <---------
Pese a mi adicción a las redes sociales, sigo considerando que la válidez y vitalidad del teatro reside en el presente, en el fenómeno extraordinario de compartir un espacio y un tiempo con un ser vivo que como yo respira, que veo sudar, que juega a ser otro y en ese juego, se revela algo de mí.
En el peor de los casos, la experiencia teatral se limita a entretener y eso también es válido, permite que mi mente descanse del raca-raca por una o dos horas.
Y lo más sobresaliente, comprueba mi naturaleza gregaria, necesito estar allí con otros para que el fenómeno del teatro suceda. Ir a una sala de cine con 3 ó 10 espectadores no merma la experiencia, pero asistir a un foro con el mismo número de personas reunidas sí afecta mi recepción, se siente incompleto, hueco.
 Regresando a Macbeth: si ya no hay dios, ni destino, ni súper yo que deba ser vencido, si el orden natural de las cosas es el caos y en ese caos debo echar raíces, una tragedia como esa me obliga a mirarme en ese espejo y confirmar la intuición que venía rondando en mi cabeza.: La violencia empieza por nosotros mismos. Y la compartimos, transpiramos violencia que rebasa los límites de un escenario, que desafortunadamente marca el inicio de mi día cuando camino hacia la escuela y veo las imágenes explícitas en los periódicos.
¿Y sí todos estamos como Lady Macbeth con las manos ensangrentadas imposibles de lavar?
¿Puede el teatro volver a ser el contenedor de la violencia que instintivamente palpita dentro de nosotros?
Esto también es Macbeth, en otro contexto.

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